A Fabrizio, quien me dejó adorar la magia de su ciudadHoy es domingo, un raro día lluvioso y gris en Miami y mis recuerdos vuelan y me llevan a otro gris y húmedo día pero en Bruselas. Era principios de mayo de este año y con el factor tiempo a mi favor y sin compañía, decidí visitar la Iglesia de
Notre-Dame de la Chapelle.
Después de admirar su estilo arquitectónico románico gótico y conocer un poco de su historia, me topé con tres ‘descubrimientos’:
El primero, en la cuarta capilla a la derecha, una lápida conmemorativa en memoria de
Pieter Brueghel (el Viejo) y su esposa. El pintor vivía muy cerca de esta iglesia, allí se casó con María Coecke, hija de su maestro, y allí bautizó a sus hijos. El cuadro situado encima del memorial representa “La Entrega de las Llaves a San Pedro”, copia del original de
Rubens que estuvo ahí enmarcado y que se vendió en 1765 para financiar los trabajos de reparación de la iglesia. Esculpidos en el marco se observan los útiles del pintor.
El segundo,en la Capilla del Santísimo Sacramento a la izquierda del coro, un monumento de mármol blanco en memoria de
Anneessens, un héroe de esa ciudad, un representante de la libertad de la comuna belga, quien fuera decapitado en 1719 en la
Grand-Place de Bruselas por el poder austriaco que entonces gobernaba por el solo hecho de defender los
derechos civiles y privilegios de sus conciudadanos.
El tercero, en una capilla casi a la entrada, por el corredor izquierdo, la imagen de Nuestra Señora de la
Soledad (
Notre-Dame de la Solitude), en madera policromada del siglo XVI y traída desde España por la infanta Isabel. Donde se puede leer en español el siguiente texto anónimo:
“El hombre está solo en la vida. La soledad es un regalo, una gracia o una desgracia que la hada de los velos grises aporta al recién nacido mientras las hadas amables se alejan de él en el tumulto mundano (…) Ella no es la ramera experta ni la burguesa complaciente que ustedes imaginan, tampoco es un producto imaginario. Ustedes la pueden ver como yo la veo pero ni la comprenden ni la aman. Ella es gran señora, solitaria también. Mejor aún, ella es la Soledad…
(…)Tal como yo la veo sin influencia alguna, inalterablemente buena y con resplandor funerario, acompañó en tiempos pasados las cohortes de Álvarez de Toledo cuando se dirigían silenciosas rumbo a los Países Bajos (…) De estos ejércitos quedan solo osarios y espadas herrumbrosas. Sin embargo esta santa imagen permaneció (…) increíblemente abandonada (…) en nuestras provincias de donde partió el Español cuando el sol, para él, se extinguió sobre la Flandes.
(…)Muchos ignoran que ella se encuentra en ese viejo templo (…), Virgen vergonzante entre sus primas las otras vírgenes, las matronas engalanadas, gloriosas, satisfechas, cubiertas con túnicas de oro (…) esas (…) tienen sobradas razones de alegrarse (…), ellas poseen su niño, el Niño con las mejillas barnizadas y el Calvario aun lejano… Pero para María la Española, todo está consumado!...Ella lleva duelo. Su tinte oliváceo, sus labios exangües, sus manos secas y sus párpados calcinados indican su resignación extrema, el límite máximo alcanzado por todos sus dolores.
Los ángeles están ausentes, no acuden a su auxilio, ningún espectáculo se representa en su entorno. Pero allá en el muro aparece incrustado el cadáver crucificado, lívido, que ha comenzado a hincharse. Esta imagen real no será esa a la cual la madre da la espalda; esa es la imagen de un muerto.
En presencia de un muerto uno está solo. María se encuentra sola, así los fieles se distancian, como ella misma se separa del cadáver (…) No puede ser llamada sino Señora de la Soledad, a la que acuden a rezar algunas viudas tan solo y si raramente un hombre detiene su camino, siempre es un anciano.
(…)Allí me siento en una esquina de su altar como quien lo hace a la lumbre del hogar. Le saludo mientras permanezco en silencio; no le digo nada, no le pido nada, no tengo nada que confesarle.
Su presencia es un alivio para mi alma y me parece adivinar que la mía le agrada.”
Después de leer este escrito junto a la imagen, sentí un inmenso consuelo, y la hermana más cercana de esa amiga que visitaba en la capilla, la Tristeza, se marchó muy lejos. Salí del templo y no percibí la humedad ni el frío, me cobijaba la Soledad…a pocos metros casi tropiezo con un pedazo de muralla, el ‘Steenpoort’ . Allí recordé que en el siglo XII el recinto que acababa de visitar se construyó extramuros para mantener a los pobres alejados del ‘burgo'. Me apresuré, no fuera a ser que al sonido de las campanadas cerraran las puertas de la ciudad y me quedara fuera del ‘centro amurallado’.
Video & Photos by José Soriano