Monday, July 30, 2012

La Gran Obsesión de Adriano


Antínoo (detalle). Escultura en mármol de Paros.
 130-138 d.C.
 Museo Arqueológico de Delfos.
Photo by José Soriano
Continúo con lo que es ya una triada de turismo erótico. Honorando a Freud y auto-psicoanalizándome, comprendo que estoy atravesando -todavía- la fase genital (que no fálica) de mi desarrollo psicosexual. Y es que después de regresar de Italia, vuelven a mi mente los temas sexuales del mundo antiguo, esta vez el amor desmesurado de Adriano por su esclavo Antínoo.
Estatua del Emperador Adriano.
Photo by Lino Lara
Adriano fue uno de los cinco emperadores ‘buenos’ de Roma, asumió el poder con un poco más de 40 años, consolidó las fronteras de su imperio, fue un militar bravo, fuerte y severo, pero también fue un gran pensador, un hombre tierno, sensible, de gustos refinados, poeta y arquitecto, un especial admirador de la cultura griega, viajero por excelencia y ‘reservado’, prefería vivir retirado en un lugar más ‘íntimo’ donde sortear la problemática imperial que en el concurrido palacio de la colina palatina; así que ordenó construir un complejo residencial diseñado en parte por él mismo e inspirado en sus numerosos viajes. Allí reprodujo estructuras que le impresionaron mientras recorría su vasto imperio -al menos las copiaba y no las robaba de sus sitios originales-, también era coleccionista y amante de lo bello, el resultado fue la ecléctica y suntuosa Villa Adriana, una amalgama arquitectónica construida con métodos muy romanos y adaptada a la belleza natural del terreno tiburtino.

Villa Adriana. Segmento del Canope. Tívoli.
Photo by José Soriano
La visité recientemente, allí me enteré que justo debajo de mis pies existía todo una red de corredores subterráneos por donde se desplazaba la servidumbre en sus faenas cotidianas de forma tal que no interfirieran con los eventos que se sucedían en la vida de la élite de superficie, idea que los parques temáticos de Disney World han sabido reproducir muy bien. Pero poco queda de la riqueza de antaño,  después del declive del Imperio Romano, la villa pasó al olvido y fue sistemáticamente saqueada, empezando por el hijo de Lucrezia Borgia, el cardenal Ippolito d’Este, quien tomaría gran parte de los mármoles y la estatuaria para decorar su propia villa en Tívoli (Villa d’Este). Hoy el acervo artístico de la Villa Adriana se halla diseminado entre colecciones privadas e importantes museos del mundo.

Frente a la entrada de la Villa Adriana
Photo by José Soriano. 2012
No es mucho lo que se expone en su Antiquarium, situado a pocos pasos del Canope, quizás el sitio más distinguido con que se recuerda la villa, pero tuve la suerte de disfrutar de la exhibición Antinoo, Il Fascino Della Bellezza, título que trae –sólo por unos meses- alrededor de cincuenta piezas (entre esculturas, relieves, monedas y gemas) al lugar del cual nunca debieron salir. Todo un viaje al arte, la historia y la beldad, un viaje que irremediablemente me llevó, una vez en América, a repasar las 'Memorias de Adriano'1.
La muestra se divide en cuatro secciones que cuentan la historia de Antínoo, el esclavo favorito del emperador.
La primera reúne algunos retratos de Adriano y Antínoo, bustos ingeniosamente colocados unos frente a otros como si sus miradas se cruzasen sugestivamente.

Antínoo Farnesio.
Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Photo by Lino Lara
“(…) los rostros que buscamos desesperadamente nos escapan (…) Aquel cuerpo delicado se modificó continuamente, a la manera de una planta, y algunas de sus alteraciones son imputables al tiempo. El niño cambiaba, crecía. Una semana de indolencia bastaba para ablandarlo; una tarde de caza le devolvía la firmeza, su atlética rapidez. Una hora de sol lo hacía pasar del color del jazmín al de la miel. Las piernas algo pesadas del potrillo se alargaron; la mejilla perdió su delicada redondez infantil, ahondándose un poco bajo el pómulo saliente; el tórax henchido de aire del joven corredor asumió  las curvas lisas y pulidas de una garganta de bacante. El mohín petulante de los labios se cargó de una ardiente amargura, de una triste saciedad. Sí, aquel rostro cambiaba como si yo lo esculpiera día y noche.”

Parece ser que la relación se inicia en el año 123 d.C. cuando el emperador romano pasó por Bitinia (hoy parte de Turquía) en unos de sus viajes. Antínoo tendría entonces 12 ó 13 años.

Busto de Antínoo. 130-138 d.C.
Museos Vaticanos (Sala dei Busti)
 Photo by José Soriano
“(…) Aquella noche se leía una obra (…) de Licofrón (…) Algo apartado, un muchacho escuchaba las difíciles estrofas con una atención a la vez ausente y pensativa (…) No había traído ni tabletas ni estilo. (…) Hice que se quedara cuando se marcharon los demás. Era poco instruido, lleno de ignorancias, reflexivo y crédulo (…) logré hacerlo hablar de su casa familiar, (…) aquella voz algo velada pronunciaba el griego con acento asiático. De pronto, sabiéndose escuchado o quizá contemplado, se turbó, enrojeciendo, y recayó en uno de esos obstinados silencios a los que acabé por habituarme. Así habría de nacer una intimidad. A partir de entonces me acompañó en todos mis viajes, y comenzaron algunos años fabulosos (…)”

Y la bella ‘mosquita muerta’ se dejó llevar por el encanto de su hermosura, al fin y al cabo en la época no eran infrecuentes las relaciones homosexuales entre hombres maduros y pre-púberes o adolescentes.  Aunque no se sabe con certeza cómo y en qué condición abandonó su tierra natal, dos años después Antínoo ya estaba instalado en la capital del imperio romano recibiendo una esmerada educación, los cuidados directos del emperador, reciprocando amor y compartiendo la pasión por la caza con su amo.

Tondo con escena de caza.
Photo by Lino Lara
“(…) Su presencia era extraordinariamente silenciosa; me siguió en la vida como un animal o como un genio familiar. De un cachorro tenía la infinita capacidad para la alegría y la indolencia, así como el salvajismo y la confianza. Aquel hermoso lebrel ávido de caricias y de órdenes se tendió sobre mi vida. (…) Sólo una vez he sido amo absoluto; y lo fui de un solo ser.”

En la muestra se encuentra un bello bajorrelieve que reproduce uno de los tondos presentes en el Arco de Constantino en Roma (de hecho Constantino lo reusó de la época Adriana) donde se describe una escena de caza en la que los amantes arremeten contra un jabalí, pasaje que humorísticamente Reinaldo Arenas2 tomó prestado en letras y puso en boca de Lezama Lima, escritor cubano de conocido gusto helénico.

La segunda sección se centra en la deificación del joven bitinio después de su muerte, quien se nos presenta como Apolo, Dionisos o incluso como un sacerdote de Atis.
Busto de Antínoo. 130-140 d.C.
The British Museum.

Photo by José Soriano
Sólo siete años duró el entusiasmo carnal, en el 130 d.C. después de una larga estancia en Alejandría, el emperador Adriano y la emperatriz Sabina (su consorte) embarcaron en un viaje por el Nilo escoltado por su sirviente preferido y la corte imperial. La suerte estaba echada quizás por el oráculo: Antínoo fue encontrado sin vida en las aguas del Nilo. Desde entonces su muerte ha permanecido rodeada de misterio: accidente, complot o asesinato, sacrificio, suicidio o auto inmolación. Muchos fueron los rumores maliciosos que pronto se expandieron por el imperio. Adriano quedó devastado, profundamente afectado por el dolor de la pérdida ordenó deificar a Antínoo. Templos y ciudades se fundaron en su honor y la bella imagen del joven amado se esculpió en mármoles  y apareció en monedas.

“(…) Bajé los resbaladizos peldaños: estaba tendido en el fondo, envuelto ya por el lodo del río (…) conseguí levantar su cuerpo, que de pronto pesaba como de piedra (…) Hermógenes no pudo sino  comprobar la muerte. Aquel cuerpo tan dócil se negaba a dejarse calentar, a revivir. Lo transportamos a bordo. Todo se me venía abajo; todo pareció apagarse. Derrumbarse el Zeus Olímpico, el Amo del Todo, el Salvador del Mundo, y sólo quedó un hombre de cabellos grises sollozando en el puente de una barca.”
“(…) marqué en la arena el lugar del arco de triunfo y el de la tumba. Antínoo iba a nacer, era ya una victoria contra la muerte imponer a aquella tierra siniestra una ciudad enteramente griega (…) Me parecía imposible abandonar aquel cuerpo en suelo extranjero (…), ordené en Roma un monumento a orillas del Tíber, junto a mi tumba (…)”

La tercera sección trata del Antinoeion, descubierto en 2002, la tumba-templo que Adriano hiciera construir en memoria de Antínoo en la propia villa divinizándolo como Osiris, quien según el mito renace de las aguas del Nilo. De este complejo procede el obelisco romano que hoy se encuentra en el monte Pincio, el cual tiene inscripto un jeroglífico que dice ‘Antínoo descansa en esta tumba localizada en el jardín, propiedad del Príncipe de Roma’.

“(…) Los ritos de sacrificio que Antínoo había elegido para rodear su muerte nos mostraban el camino a seguir; no por nada la hora y el día de aquel final coincidían con el momento en que Osiris baja a la tumba (…)”
“(…) pensé también en los oratorios egipcios que por capricho había hecho erigir en la Villa, y que de pronto se mostraban trágicamente útiles (…)”
[Cuando este clásico moderno fue publicado aun no se conocía la existencia del Antinoeion, sin embargo se sugiere la presencia de una tumba en la Villa Adriana.]

La última sección se centra en el destino y suerte de Antínoo a través del tiempo. La respuesta obcecada del emperador por perpetuar la belleza de su siervo más fiel llega hoy hasta nosotros. Las cinceladas en piedra o en mármol pentélico son la huella indeleble de un amor que ha trascendido ya diecinueve siglos.

“(…) En las horas de insomnio andaba por los corredores de la Villa, errando de sala en sala, (…) y me detenía ante las efigies del muerto. Cada habitación tenía la suya, así como cada pórtico. Con la mano protegía la llama de mi lámpara, mientras rozaba con un dedo aquel pecho de piedra. Las confrontaciones complicaban la tarea de la memoria; desechaba (…) la blancura del mármol (…), remontando lo mejor posible de los contornos inmovilizados a la forma viviente, de la piedra dura a la carne (…)”

La muestra que se exhibe en la Villa Adriana es el mejor ejemplo de esta gran obsesión y sólo podrá visitarse hasta el 4 de noviembre, la dirección de la villa no es casual: Largo Marguerite Yourcenar, 1. 00010. Tívoli. Italia. La autora también merecía que su inmenso y estudiado trabajo en recrear un Adriano de carne y hueso se inmortalizara al pasar de los años.

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1 Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano, 1951. Traducción de Julio Cortázar. Duodécima reimpresión, 1984. Narrativas/Edhasa.
2 Reinaldo Arenas. Antes que Anochezca, 1992. 9.a edición, 2001. Páginas 110-111. TusQuets Editores.

6 comments:

  1. Muy interesante lo que describes que mezcla una gran historia de amor y la grandeza de una época donde el ser amado era venerado y recordado más allá de la vida y los acontecimientos adversos.

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  2. Andres EsquivelJuly 31, 2012 4:07 AM

    He quedado fascinado por tu descripcion en este delicado e instructivo blog que como como siempre nos regalas. Sabia algo de Adriano y su bello esclavo, pero has ampliado mis conociemientos y aumentado mi siempre avida "fascinacion por la belleza".
    Por lo que veo has llenado tus ojos de colirio durante estos tiempos. Espero que sigas compartiendo tus impresiones.
    Yo tambien me he quedado en esa etapa falica-genital descrita por Freud, pero no me preoucupo... creo que al sabio psicoanalista le pasaba lo mismo.

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  3. José muy interesante toda esa historia que nos cuentas, no tenia conocimiento de ella y es fascinante . Mientras leía era como si por mi cabeza pasaran fragmentos de ella. Un lugar mas por conocer y disfrutar mas de su historia. Gracias !!

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  4. Sory, ¡que maravilla...!, me trajo muy buenos recuerdos de cuando leí las maravillosas "Memorias...", pero en aquel tiempo, no pude ponerlo en contexto como tu has hecho ahora. Delicado y completo trabajo amigo.
    Hace dos años volvi a leer el libro y ahora -después de esto- quisiera hacerlo nuevamente.
    Gracias por estos detalles, siempre te lo repito y es verdad corazón son delicadezas del alma.
    Un beso y nuevamente gracias
    Sonia

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    1. me siguio en la vida como un animal..o como un genio familiar, leí Las Memorias hace yá bastante tiempo, debo releer este maravilloso libro. Como bien dices mi querido Jose, el amor desmesurado por Antinoo, llevó a Adriano a dejarnos tan bellisimas esculturas. Y sugirio a la Yourcenar tan magnificas memorias. Que bien describes el dolor de Adriano, que hizo lo único que podia hacer divinizarlo para hacerlo eterno. Bella historia de amor, tan delicadamente descrita por tí. Cuanto te envidio (envidia de la buena). No dejes de escribir, ni dejes de enviarmelo. Besos.
      K.

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  5. Un saludo. Tu blog que conozco por la artista y amiga Clara Morera me hace recear la lectura del maravilloso libro que leí en mi adolescencia, e inspirado por la historia de Adriano escribí "Cuaderno de Antinoo", colección de poemas en prosa que se publicó en España, en 1994, en la editorial Betania de Madrid. He pasado un rato muy grato leyendo tus otros post. Saludos. Alberto Lauro.

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