Port with Christ Preaching to the Multitude* (detail). Jan Brueghel. 1598 |
Photos by José Soriano
Recientemente
sufrí un ataque digital cuando en una página social comentaba sobre cómo con la
globalización se diseminaban actitudes poco ciudadanas (haga clic en este
video) a sazón de la promoción de las compras navideñas. Este año, al Día de Acción de Gracias (el tradicionalmente sagrado último jueves de
noviembre para los estadounidenses) se le ha robado horas de la noche para dar
inicio a las ventas del Black Friday que serán extendidas hasta un Lunes
Cibernético (complaciendo así a los adictos al shopping online). Ciertamente me abstuve a replicar ante señalamientos
que me tildaban desde adepto consumista a orador anti-americanista, ¡a la vez!
Pensando
en las carencias materiales que delinearon mi infancia y adolescencia, y
buscando en el baúl del que todo lo guarda con el afán de ser reusado, encontré
una carta enviada hace dos años por un amigo que reside más al norte del Norte donde yo habito, y que resume los
sentimientos que me embargan por estas fechas; con su venia aquí la reproduzco:
“Queridos amigos:
Como quizás hayan escuchado o visto, el
día de mayores ventas del año es ya oficialmente llamado ‘Black Friday’. El término -además de feísimo, en las antípodas de
la Navidad- es un puro invento de
marketing, nacido en Filadelfia en los años 60 y luego ampliado al resto de los
EEUU. Ahora se extiende por Canadá, el
Reino Unido, China y otros países, forzado por las rebajas universales.
El puente de Acción de Gracias – el famoso Thanksgiving
norteamericano-, se ha vuelto una excusa para que comiencen las ‘compras de las
Fiestas’ (mencionar Navidad es ya tabú). Y a las ‘rebajas’ del ‘Viernes Negro’, se adicionan a los
descuentos ‘antes de las Fiestas’, a los del ‘Boxing Day’ y los de ‘Enero’, seguidos por San Valentín. Pareciera
que siempre habríamos de correr detrás de algo sustancial que se escapa, como
el mamut de la cena en alguna cueva primitiva.
El ser humano es manipulable, eso ya lo
sabemos. Tenemos en nuestro cerebro sistemas primarios atados a necesidades
esenciales, centros de ‘recompensa’ básicos que son maleables por la
experiencia. Algo parecido al perrito de Pavlov.
A diferencia de los canes (supuestamente) podemos elevarnos, incluso sublimar
la necesidad de retribución inmediata y hasta renunciar a ella en ciertas
circunstancias. Tenemos algo llamado consciencia del Otro y de los otros,
capacidad de juzgar más allá del caramelo, calibrar, evaluar, posponer:
reflexionar. Tenemos algo más sublime aún: el altruismo y el don de sí, la
capacidad de crear y de soñar.
No se trata de caer en extremos (como
en las dictaduras totalitarias); sin embargo da qué pensar. Estas personas que
corren como poseídos el Black Friday tienen dinero o ‘crédito’ para gastarse en
grandes cantidades de ‘rebajas’, tiempo para dormir ante los centros de compra
toda la noche (en muchos casos acampar ante un Best Buy o un Walmart
con tiendas, abrigos, comidas y todo), pasarse horas y horas en colas,
precipitarse frenéticamente, agredir o ser agredidos y disputarse con
intrepidez por objetos no indispensables que se venden todo el año. ¿Dónde está
el sentido de las ‘Fiestas’ y hasta del civismo? ¡No hablemos ya de Navidad ni de valores espirituales!
No se pierdan estas imágenes. No son un
‘fenómeno aislado’ sino una nueva ‘tradición’ que se disemina por nuestra
modernidad. Pensaba que se darían sólo en países con grandes escaseces. Los
extremos a veces se parecen. La diferencia es que estos tienen tanto, que
quizás no puedan ya ni apreciarlo en su perpetua angustia insatisfecha. Es una ‘obesidad
límbica’, obsesiva, oscura como el nombre del día, un deseo insaciable e
impulso maniático de ‘comprar’ y volver a comprar, tener, poseer, asegurarse,
calmar la sed, un regreso a nuestra siempre cercana animalidad. Sentirse ‘rey’
por un instante, ‘lograr’ arrebatar alguna ‘ventaja’ a los demás, hacernos
cosquillas por algún lado. Es un grito de desasosiego.
Pese a esto, les deseo ya una Feliz Navidad. Les deseo compartir con familiares y amigos, pasar momentos alegres, tener muchos gestos de bondad y compasión. También pensar en los menos afortunados, en las personas solas o atribuladas por la enfermedad y en aquellos que pasan duras pruebas en sus vidas. Les deseo que el Niño del Pesebre despierte esos rincones de pureza y ternura, esa nostalgia del Paraíso con que nacemos los humanos. Pido a todos mis amigos la caridad de no regalarme nada. Prefiero un pensamiento bueno, un recuerdo agradable o el privilegio de verles pronto, mirarse a los ojos, reír: ¡el buen humor como regalo y medicina!
Pese a esto, les deseo ya una Feliz Navidad. Les deseo compartir con familiares y amigos, pasar momentos alegres, tener muchos gestos de bondad y compasión. También pensar en los menos afortunados, en las personas solas o atribuladas por la enfermedad y en aquellos que pasan duras pruebas en sus vidas. Les deseo que el Niño del Pesebre despierte esos rincones de pureza y ternura, esa nostalgia del Paraíso con que nacemos los humanos. Pido a todos mis amigos la caridad de no regalarme nada. Prefiero un pensamiento bueno, un recuerdo agradable o el privilegio de verles pronto, mirarse a los ojos, reír: ¡el buen humor como regalo y medicina!
Alier”
Las escenas cotidianas representadas en un primer plano alrededor del mercado de peces distraen al observador: los elegantes compradores posan para el pintor, vestidos más para un paseo dominical que para un día de shopping. En la distancia la multitud se dirige a Cristo, quien predica desde un bote en el lago. Pareciera que el tema religioso se ha apartado a un lado o ¿es que el autor (hijo de Pieter Brueghel ‘El Viejo’ y hermano de Pieter Brueghel ‘El Joven’) quiso integrarlo a lo terrenal, a los asuntos mundanos de la vida?