Pont Saint-Bénezet. Avignon. Photo by José Soriano |
Al fin Yoani Sánchez llegó a Miami, no para quedarse como mucho de
nosotros hemos hecho, sino para continuar viaje y después regresar a su país
(que ya no el mío). Lo cierto es que en esta semana su imagen me sale hasta en
la sopa: en periódicos y revistas, emporios televisivos, redes sociales y en conversaciones
entre familiares y amigos.
Yo pensé que iba a presenciar más circo en el Freedom Tower del downtown de Miami, pero una extensa
jornada laboral en ese lunes lluvioso no me permitió ver mas allá que aquello
que comentaron los noticiarios cuando alcancé la almohada cerca de la
medianoche.
Poco después me ‘empapé’ del discurso leído por la bloguera que ya aparece en su blog. Un poquito más de lo que ya sabíamos, adornado ahora con la anécdota
del tren y cuyo mensaje de unidad arrancó aplausos en un auditorio ávido de
derribar muros de ideas y extender puentes de fraternidad.
Yo esperaba –quizás en lo formal- un discurso diferente, al menos unas
palabras introductorias que se refirieran al sitio donde se le hacía la
bienvenida y por el que han pasado miles y miles de exiliados cubanos, pero no,
lo hizo a la mejor usanza de un post.
Lo cierto es que el primer párrafo de su lectura me catapultó a la ciudad
de Avignon, Francia:
Allá por el año 2005, después de una cena fabulosa, mi compañero de viaje y yo salimos a explorar las calles intramuros de la que fuera la Ciudad Papal en el siglo XIV, y cerca de su centenaria universidad divisamos un centro nocturno cuyo nombre y música hispana nos estimuló a entrar. Una pareja de baile de tez oscura (ella, dominicana; él, cubano) se divertían en su salsa, mientras que pocos clientes (jóvenes turistas diversos) consumían tragos tropicales empotrados en sus sillas sin menear el esqueleto. O sea, que había suficiente espacio para explorar el pequeño lugar que tapizaba sus paredes con gigantescas fotos de un Che Guevara uniformado, descamisado, con atuendos de albañil, con habano o con fusil. La indignación anidó en nosotros y ante comentarios y ripostas subidos de tono con los bailadores acerca de semejante ignominia, dos agentes de seguridad seguidos por el propietario francés nos pusieron ‘de patitas’ en la calle mientras nos advertían que en ese sitio no eran bienvenidos los cubanos de Miami, aun cuando nunca nos preguntaron la procedencia.
Allá por el año 2005, después de una cena fabulosa, mi compañero de viaje y yo salimos a explorar las calles intramuros de la que fuera la Ciudad Papal en el siglo XIV, y cerca de su centenaria universidad divisamos un centro nocturno cuyo nombre y música hispana nos estimuló a entrar. Una pareja de baile de tez oscura (ella, dominicana; él, cubano) se divertían en su salsa, mientras que pocos clientes (jóvenes turistas diversos) consumían tragos tropicales empotrados en sus sillas sin menear el esqueleto. O sea, que había suficiente espacio para explorar el pequeño lugar que tapizaba sus paredes con gigantescas fotos de un Che Guevara uniformado, descamisado, con atuendos de albañil, con habano o con fusil. La indignación anidó en nosotros y ante comentarios y ripostas subidos de tono con los bailadores acerca de semejante ignominia, dos agentes de seguridad seguidos por el propietario francés nos pusieron ‘de patitas’ en la calle mientras nos advertían que en ese sitio no eran bienvenidos los cubanos de Miami, aun cuando nunca nos preguntaron la procedencia.
Este fenómeno clasificatorio se repite en Europa y América Latina y no es
ninguna novedad; se nos presentó en un avión de conexión con unos turistas
españoles en Argentina y en un tren por la Toscana con otro israelí. Para
entonces, cuando Cuba no había flexibilizado sus medidas migratorias, la
respuesta era siempre la misma: de haber sido ‘cubanos de Cuba’ no
hubiéramos estado por aquellos lares con libertad de movimiento y sobre todo por
el fruto de nuestros propios esfuerzos.
Photo taken from informe21.com |
Muchas fotos abundan con ella por estos días en los medios digitales:
amigos, representantes de organizaciones del exilio, autoridades eclesiásticas,
empresarios de los medios, políticos y celebridades, he visto muchas, muchas, sin
embargo, no encontré ninguna con Reina Luisa Tamayo, ¿habrá alguna cubana de hoy que haya gritado más
alto quiénes fueron los asesinos de su hijo? ‘Cubanos y punto’, fue el
título de su presentación.
Creo que convertirse en figura tan conocida, le privará aun más su posibilidad
de desplazarse sin ser escrudiñada, de hecho ha sido celosamente custodiada y
protegida por estas tierras, paradoja para quien busca la libertad plena.
Mi generación no es la de las Y, es la generación experimental que le precedió, aquella en la que todos los programas educativos eran de ‘prueba y error’, de la que en Historia Universal solo se nos impartió clases de los Movimientos de Liberación Nacional de África y América Latina. Ya sé lo que dice la dialéctica y la canción: “Todo Cambia”, pero mi futuro en Cuba quedó mutilado, tan truncado como el viejo puente medieval de Avignon que alguna vez unió las laderas del Ródano, y después de tanto tiempo con sentimientos de no pertenencia –como electrón sin órbita- ya ni sé cuál es mi lugar en este potaje de gentilicios.
Mi generación no es la de las Y, es la generación experimental que le precedió, aquella en la que todos los programas educativos eran de ‘prueba y error’, de la que en Historia Universal solo se nos impartió clases de los Movimientos de Liberación Nacional de África y América Latina. Ya sé lo que dice la dialéctica y la canción: “Todo Cambia”, pero mi futuro en Cuba quedó mutilado, tan truncado como el viejo puente medieval de Avignon que alguna vez unió las laderas del Ródano, y después de tanto tiempo con sentimientos de no pertenencia –como electrón sin órbita- ya ni sé cuál es mi lugar en este potaje de gentilicios.
Pont d'Avignon. 2005 Photo by José Soriano |