Diana of Versailles (detail). 1st-2nd c. AD. Roman copy. Paris. 2007 |
Llegó el Día de la Madres y en
las redes sociales además de las imágenes floridas y las frases hechas
relacionadas a la celebración, encontré esta vez una fotografía que me resultó
familiar y extraña para la fecha. Se trataba de una diosa Artemisa, negra,
diferente, sin arco y sin flechas y alabada como Diosa Madre.
La recargada imagen se quedó
dando vueltas en mi cabeza, hasta que ubiqué dónde la había visto anteriormente.
Sin embargo, su relación con la maternidad, tal y cual yo la concebía, es
decir, una madre con su hijo en brazos o al menos una mujer embarazada, no se
me hacía lúcida. Y es que en el sincretismo religioso todo vale, todo se presta
y mezcla para justificar un fin. Es el caso de Artemisa.
En la Magna Grecia existieron varios sitios de culto para esta deidad,
pero dos adquirieron entonces especial notoriedad: Uno ubicado en Éfeso (Asia
Menor, actual Turquía), cuyo templo fue tan magnificente para la época que se
consideró una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo; y
otro, la isla sagrada de Delos (perteneciente al Archipiélago de las Cícladas,
en el Mar Egeo). De hecho, en el paganismo griego la diosa Ártemis venía ya con
antecedentes asiáticos, tan arcaicos como del periodo neolítico, donde se
consideraba la Señora de las Fieras o de la Tierra virgen y fértil.
Posteriormente hubo una Ártemis clásica y otra helénica y finalmente los
romanos la asimilaron como Diana (popularmente conocida entre nosotros como
Diana cazadora).
Diana of Versailles. Louvre Museum. 2007 |
Una de las más hermosas
esculturas de esta última la he visto en el Louvre, le llaman allí la “Diana
del Versailles”, una copia hecha en la Roma imperial que data de los
siglos I-II d.C. Aquí la diosa griega de
la castidad, se nos presenta con un
grácil ropaje corto acompañada por un ciervo y en plena acción, como la
cazadora incansable que corre tras su presa y cuyas flechas pueden castigar las
fechorías de los hombres. Esta obra está basada a su vez en un original de
bronce (perdido hoy) del periodo clásico griego, siglo IV a.C., que describe el
mito en el que el voyeurista héroe Acteón,
compañero de caza de la diosa, termina siendo despedazado por su propia jauría
tras haber sido convertido en ciervo
como castigo de Artemisa por observarla desnuda mientras se bañaba con otras doncellas.
Paradójicamente esta versión de
la hermana gemela de Apolo, quien de niña escapaba a los matorrales con ademanes
‘marimachos’ detrás de sus salvajes bestias, rodeada siempre de hermosas féminas
(Ninfas y Musas) y quien evitaba a los hombres, es a la que se le atribuye la protección
de la maternidad, la natalidad y en sentido más amplio la crianza de los niños.
Los poderes provienen de otra leyenda relacionada a su nacimiento en un lago de
la isla de Delos, donde la propia Artemisa con solo un día
de edad, tuvo que asistir como comadrona
a su madre Leto que sufría al dar a luz a su compañero de vida intrauterina. Al
parecer quedó tan traumatizada por los dolores de parto de su progenitora, que
le pidió a su padre Zeus virginidad eterna y excepción de los lazos conyugales.
Ephesian Artemis. 2nd c.AD. Naples. 2012 |
La versión de la Ártemis de Éfeso
que yo contemplé al detalle se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles,
Italia. Esta lujosa escultura en alabastro (las manos, pies y cabeza son de
bronce y corresponden a una restauración del siglo XIX) perteneció a la Collezione Farnese, copia realizada también
durante la Roma imperial a partir de la imágenes numismáticas del periodo helenístico
griego. Es conveniente acotar que la venerada diosa, no siempre estuvo tan abigarradamente decorada, cada adición fue el resultado de un largo proceso de codificación iconográfico
que culminó con la revitalización de su culto por los emperadores Trajano y Adriano.
Esta Artemisa, como diosa de la
naturaleza, tiene sobre su cabeza un kalathos
en forma de templo o muralla citadina del cual cuelga un velo en forma de disco
con altorrelieves de grifones; su túnica solo deja al descubierto los pies y
las manos y está ajustada por un manto ricamente decorado con cabezas de
animales (leones, grifones, caballos y toros), abejas, flores, esfinges, y
figuras femeninas desnudas. Alrededor de su cuello se distingue un pectoral en
forma de media luna (cuerpo celestial con el que también se identifica a la
diosa) donde se aprecian elementos figurativos femeninos alados, con palmas y
coronas (símbolos de victoria) mezclados con algunos signos zodiacales, el cual
está demarcado por una guirnalda de flores y un collar con pendientes. Pero lo más
curioso a mi juicio -y posiblemente de donde viene la asociación ‘errada’ con el
Día de las Madres- es su torso, cubierto por protuberancias redondeadas erróneamente
interpretadas como los pechos de la diosa cuando de hecho representan las
bolsas escrotales de los toros sacrificados en su honor, símbolos de la fertilidad según los estudiosos, no de la
maternidad cual la concebimos hoy. Estos ramilletes de apéndices desprovistos
de pezones pudieran también ser interpretados como huevos, higos o uvas, símbolos
de vida, abundancia y fecundidad, exvotos a la Madre-Tierra.
Tivoli's fountain. Wikimedia Commons |
Lo cierto es que cualquiera que haya sido su ‘anormalidad congénita’, desde
una generosa polimastia hasta
unos bien dotados testículos supernumerarios, fue una diosa (o un dios) a la
que había que temer por su enérgica fuerza, agresividad y salvajismo, atributos
que observamos en las madres solo cuando se les intenta arrebatar a sus críos.
Actualmente, más que en una
postal de felicitación dirigida a las mamás, me la imagino ubicada en el altar mayor de las
aguerridas feministas.
Diana (1892-93). Bronze. Augustus Saint-Gaudens. Met, NY. 2012 |
Photos by José Soriano